miércoles, 2 de noviembre de 2011

ABORTO TERAPEUTICO

Personalmente no estoy de acuerdo con el aborto, no quita que el que esté leyendo pueda estar de acuerdo y la verdad no me voy a meter con eso....
En mi país, Argentina, es un tema que se viene pateando para más adelante desde hace mucho !!! nadie se anima a dar un cierre al tema, los que están a favor mencionan a todas las mujeres que mueren por año al hacerse abortos de forma clandestina, otros mencionan a las mujeres violadas y que no desean tener al hijo de su violador, otros nombrar al aborto de niños que se sabe nacerán enfermos o vivirán muy poco después de nacer... etc...
Pero en este caso ( más allá de lo que opino, y puedo refutar cada una de las excusas que mencioné anteriormente para asesinar a un hijo) voy a hablar del aborto en caso de enfermedad del niño... y qué tiene que ver el Ehlers Danlos en este tema...

Por lo menos hasta donde sé este síndrome trae con él algunos problemas para poder tener un bebé ya que muchas de las mujeres afectadas no pueden retener al feto, o tienen hemorragias y abortos espontáneos por obra de la naturaleza y de sú naturaleza.
Ya que mencioné las hemorragias no me quiero imaginar si se practicara un aborto una de estas mujeres afectadas, seguro pasaría a engrosar la lista de chicas muertas por esta práctica que ya de por sí es muy peligrosa para cualquier mujer.

Un planteo bastante común entre las chicas afectadas por el SED que quieren formar una familia es:
* soy " egoísta" por querer traer al mundo un niño afectado de por vida con un sindrome que puede hacerle la vida de cuadritos ...

* si me quedo embarazada mi vida puede correr riesgos, un afectado por SED vascular no puede exponerse a una hemorragia...

* no estoy en condiciones para traer a un hijo al mundo, me siento enferma, no tengo dinero y este bebé va a necesitar atención y gastos extras si nace afectado por el SED....

En mi caso me enteré de que mi hijo tenia SED cuando ya había nacido y tuvo muchos problemas de salud, dolor, etc... 3 veces me vaticinaron su muerte( que con este síndrome moriría del corazón, que terminaría entubado en una silla de ruedas y moriría antes de la adolescencia , que su desnutrición lo iba a matar... ahora tiene 18 años y estudia medicina) pero si lo hubiera sabido antes y me hubieran dicho lo mismo sobre su corazón, sobre su desnutrición o los dolores que tiene yo jamás, jamás, jamás lo hubiera abortado !!!!! todos deben vivir con la vida que les toca... tal vez mañana haya una cura, tal vez alguien "normal"mañana se levante con una parálisis y deba convivir con eso... nunca se sabe y nadie tiene el destino asegurado...

Uno de los recuerdos más dolorosos sobre este tema es el de mi prima Anabel, que en medio de una fiesta saca el tema de la salud de mi hijo, y al contarlo ella me interrumpe diciendo: " viste que yo tenía razón, deberias haber abortado y ahora no tendrias que lidiar con esto, hubieras terminado tus estudios, encontrado un buen trabajo.... pero ahora tenes la vida arruinada !!!"
Si bien hubo sueños que debí posponer, cosas que queria para mí las dejé de lado para estar con mi hijo, y a veces tuve que estar sola porque nadie quiere escuchar cómo es ésta vida, NUNCA SENTÍ QUE MI VIDA SE HABÍA ARRUINADO !!!! por el contrario, su llegada al mundo me enseñó muchas cosas, me abrió los ojos.

El aborto terapéutico es el aborto justificado por razones médicas. La mayor parte de las legislaciones reguladoras, tanto las permisivas como las restrictivas, distinguen, en diferente grado, entre la total o mayor admisibilidad del aborto terapéutico respecto a la interrupción voluntaria del embarazo.

Las razones médicas básicas por la que se justifica el aborto terapéutico son:

  • Riesgo grave para la vida de la madre, cuando la continuación del embarazo o el parto significan un riesgo grave para la vida de la madre;
  • Para salvarguardar la salud física o mental de la madre, cuando éstas están amenazadas por el embarazo o por el parto;
  • Riesgo de enfermedad congénita o genética para el hijo, para evitar el nacimiento de un niño con una enfermedad congénita o genética grave que es fatal o que le condena a padecimientos o discapacidades muy graves, o
  • Reducción de embriones o fetos en embarazos múltiples, hasta un número que haga el riesgo aceptable y el embarazo viable

Derecho a la privacidad prenatal
El uso indebido de las técnicas de diagnóstico prenatal olvida que en el caso de un embarazo, el paciente no es solo la gestante, sino también el embrión-feto que lleva en su seno y que, precisamente por estar enfermo, necesita mayor protección y cuidado que cualquier otro bebé sano. No solo no se tiene esto en cuenta, sino que además cada día se quiere y se puede saber más de la información diagnóstica y genética del nonato para poder decidir sobre su vida. Por esta razón y en opinión de algunos autores como Pardo Sáenz, se debería proteger la privacidad fetal de ciertos abusos, puesto que “una intromisión imprudente en la ‘privacy prenatal’ (privacidad prenatal) no solo daña el derecho a la privacidad porque puede acabar con la terminación del embarazo (y, por tanto, de la vida fetal), sino también porque todo aquel que es sometido a un test genético conoce características de sus patrimonio genético que pueden afectar seriamente a su futuro, especialmente cuando se reconocen enfermedades que no son letales y que solo potencialmente pueden aparecer con el paso de los años”. El autor afirma que se debería proteger el derecho a la privacidad fetal incluso frente a los propios padres, para evitar que cierta información sea utilizada para atentar contra esa vida. Pero, ¿cómo regular esta situación para que los padres no se sientan excluidos de todo lo concerniente a la salud de su hijo? Para José María Pardo Sáenz, la clave está en la relación médico-gestante-cónyuge. “Aunque corresponde a los progenitores, en primera instancia, la toma de decisiones para el cuidado de la vida y el bienestar de sus hijos, la labor y la cercanía del médico son necesarias. Su misión es la de ayudar a los padres a que realicen elecciones maduras, libres y responsables sobre la vida prenatal. Sin duda, la actitud del médico es vital para que esa madre pueda aceptar y querer a un hijo enfermo no nacido”.

Quisiera dejar aquí el testimonio de una mujer a la que le dieron el peor diagnóstico sobre su hijo, no está afectada por el SED pero su relato me conmovió... puede pasarnos a todos.

«Pero ¡cómo íbamos a abortar…!»
La cultura de la vida ante la cultura de la muerte.
www.loiola.org

Somos una pareja joven, nos casamos hace poco más de un año (2003) y ya tenemos un hijo en el cielo. Ésta es la historia de nuestra experiencia.

Nada más volver de la luna de miel nos enteramos de que estaba embarazada; nos llevamos una sorpresa enorme y una gran alegría, pero a los pocos meses, en una ecografía rutinaria, se vio que algo no iba bien. La ginecóloga, aunque no me quería decir nada, según me hacía la ecografía, lo decía todo con su actitud; me quitó el sonido del corazón del bebé y no hacía más que mirar la pantalla sin darme ninguna explicación, pese a mi insistencia. Pasado un interminable cuarto de hora, dictaminó: «El niño está muy mal, te aconsejo que abortes». Parecía, y digo parecía, que el niño tenía un problema cromosómico importante y no tenía piernas, aunque, pasado un tiempo, se vio que no acertó ni una, pero en ese momento, cuando te lo dicen con la frialdad que me lo dijeron a mí, no entiendes que alguien así pueda ejercer una profesión en la que está tratando con mujeres embarazadas.

Esa misma tarde fuimos a que me hicieran una ecografía más detallada, y cambió el diagnóstico: «Tiene un onfalocele gigante»; parece que al niño le faltaba la cubierta abdominal, y debido a eso tenía casi todos los órganos abdominales fuera. La médico nos comentó que «estas cosas pasan», que es «cuestión de azar» y que «nos había tocado». Nos insistió en que lo normal sería que el bebé no pasara del tercer mes de gestación y que, como no iba a poder vivir en el momento que naciera, lo mejor sería abortar. ¡Pero cómo íbamos a abortar, si durante esas interminables ecografías no parábamos de ver cómo se movía nuestro hijo! Le contestamos rápidamente que este niño llegaría hasta donde Dios quisiera.

Cambiamos de médico y encontramos a una persona excepcional, que nos trató con una delicadeza y un cariño que ya habíamos olvidado. Menos mal, ya que las visitas al ginecólogo se repitieron semanalmente, porque, como el niño estaba tan enfermo, se suponía que el corazón le fallaría en cualquier momento y habría que sacarlo.

Me hicieron la amniocentesis, porque, como habían supuesto un problema cromosómico serio, nos habían aconsejado que, aunque hubiéramos decidido seguir adelante con el embarazo (lo cual les pareció un acto de irresponsabilidad), el resultado de la prueba podría evitar posibles problemas en embarazos posteriores, y, como ya empezaba a ser habitual, se equivocaron: el niño era cromosómicamente normal.

A todo esto, en el momento en que dije en la empresa que el niño estaba enfermo, como no sabían cuándo iban a poder contar conmigo, porque lo normal sería que no llegara hasta el final del embarazo, tardaron 15 días en echarme. Al incorporarme en otra empresa, ya había aprendido a callarme, porque otra cosa que hemos sacado en claro es que, en cuanto le confías a alguien que el niño está enfermo, todo el mundo opina, y claro, en estos momentos en que lo políticamente correcto es abortar, nadie consigue entender cómo «vas a pasar por eso para nada», ese nada para nosotros se ha trasformado en un ángel mucho más grande que cualquier hijo normal.

Ahora que ya ha pasado todo…

Otro trago por el que tuvimos que pasar fue el redactar un testamento vital para que, en el caso de que el niño no muriera al nacer, y si realmente alcanzaba una situación crítica irrecuperable, no se le mantuviera con vida por medio de tratamientos desproporcionados; que no se le aplicara la eutanasia activa ni se le prolongara abusiva e irracionalmente su proceso de muerte. Hecho que sorprendió nuevamente a los médicos, que no entendieron ni nuestra negativa al aborto ni al ensañamiento terapéutico.

Al final, llegué hasta las 29 semanas de gestación (casi siete meses), di a luz en La Paz, donde siempre estaré agradecida a todo el equipo médico que me atendió, ya que me encontré con unos grandes profesionales que me trataron con una gran delicadeza y humanidad. El pequeño murió nada más nacer, eso sí, bautizado, y –como no podía ser de otra manera– se llama Ángel. A nosotros nos ha hecho los padres más felices del mundo, porque, aunque esperamos que Dios nos envíe más hijos, como éste no habrá otro.

Lo que aprendimos
De toda esta experiencia aprendimos que la Medicina no es una ciencia exacta. Me habían dicho que, como tenía muy poco líquido amniótico, nunca le podría sentir, y me daba unos golpes que me dejaba doblada. Otra lección que hemos aprendido es que no sabes cómo va a responder la gente que te rodea. Nuestros amigos más cercanos se desvivieron ante la situación, pero ha habido personas que nos han dejado de hablar por seguir adelante con el embarazo.

Ahora la gente nos dice que lo llevamos muy bien. La verdad es que hemos tenido mucho tiempo para mentalizarnos, pero, aun así, estamos bien porque Ángel ha dejado de vivir cuando Dios ha querido, pero por lo que psicológicamente no habríamos podido pasar es por la otra solución, que mi hijo hubiera dejado de vivir porque yo, un buen día, lo hubiera decidido.

http://www.corazones.org/moral/vida/aborto/testimonio_defensa_hijo.htm

La siguiente nota me pareció muy interesante y quería compartirla:

Diagnóstico prenatal y aborto
Un diagnóstico verdaderamente médico sirve no sólo para conocer si un embrión o un feto es sano o es enfermo, también para pensar en cómo curarlo, cómo amarlo, cómo acogerlo
El diagnóstico prenatal permite conocer “algo” acerca de la salud y las características (no todas) del hijo que ha iniciado su vida. Las distintas técnicas informan sobre el sexo, la configuración genética, las posibles deformaciones durante los primeros meses de embarazo.

Pero algunos los diagnósticos son peligrosos. Por ejemplo, la amniocéntesis, si es realizada demasiado pronto o por personal no muy adiestrado, provoca no pocas veces la muerte de algunos hijos o serios daños en los mismos.

Otros diagnósticos no son precisos. La famosa ecografía no llega a una claridad absoluta sobre ciertas enfermedades. En no pocas ocasiones se avisa a los padres de algún defecto, cuando en realidad el feto es completamente sano. O, al revés, se dice que todo va bien, y después del parto la familia queda sorprendida al descubrir tras el nacimiento deformaciones no previstas.

Existe, además, un mal muy grave en muchos diagnósticos: programar la destrucción o asesinato (eso es cada aborto) cuando se descubran en el hijo ciertos defectos o alguna característica no deseada por los padres.

Noticias recientes confirman cómo en algunos hogares y países domina una mentalidad eugenésica, en la que sólo es acogido un hijo si “cumple” un mínimo de requisitos exigidos por los padres. Por eso, hay regiones en donde miles de hijas son asesinadas simplemente porque en el diagnóstico prenatal se descubrió que el feto era femenino y los padres querían un niño y no una ni_a. En otros lugares, se ha convertido casi en algo rutinario eliminar sistemáticamente a los embriones y fetos que tienen el síndrome de Down u otras enfermedades genéticas. También hay quienes pretenden abortar al feto cuando los padres descubren que tiene el labio leporino...

No faltan situaciones doblemente absurdas. Como la que ocurrió en Italia en los primeros meses de 2007. Después de dos ecografías, los médicos informaron a una señora que su hijo, un feto de 22 semanas, tenía una distrofia en el esófago, lo cual puede curarse en algunos casos, mientras que en otros provoca la muerte. La clínica aconsejó a los padres hacer análisis más precisos, pero estos decidieron recurrir al mal llamado “aborto terapéutico” (que en realidad es un aborto que no “cura” nada, sino que simplemente asesina al hijo enfermo).

Cuando se inició el aborto, el feto salió todavía vivo... y sano. Intentaron salvarlo a través de modernas técnicas de reanimación que hoy pueden ser aplicadas con éxito en fetos pequeños y frágiles. Con sus apenas 500 gramos, el hijo pudo sobrevivir todavía 6 días. Pero al final, en la noche entre el 7 y el 8 de marzo de 2007, falleció, aunque pudo haberse salvado si hubiera sido reanimado inmediatamente. Sobre todo, habría nacido sano si el amor y la justicia lo hubiesen defendido en el seno de su misma madre.

Muchos han levantado protestas y quejas contra un sistema sanitario que ha permitido “esta desgracia”. Las protestas eran de este tipo: “¿cómo es posible que un diagnóstico avise de una enfermedad cuando el hijo es sano?” “¿Cómo es que se procedió al aborto sin haberse asegurado antes cuál era la verdadera condición del hijo?” Pero estas protestas no tocan el error fundamental de toda esta trágica historia: ¿es que el tener ciertos daños físicos da permiso a unos padres y a unos médicos para asesinar a un hijo? ¿Habría sido “menos grave” este aborto si se hubiese constatado que el feto carecía realmente del esófago?

Un diagnóstico verdaderamente médico sirve no sólo para conocer si un embrión o un feto es sano o es enfermo. Sirve, sobre todo, para pensar en cómo curarlo, cómo amarlo, cómo acogerlo. Todo ser humano vale igual que los demás seres humanos. No podemos decir que los sanos gozan de un certificado de superioridad respecto de los enfermos. Cualquier forma de racismo y de discriminación debe ser erradicada de la sociedad si queremos, de verdad, alcanzar un mínimo de justicia.

El caso de este niño italiano es sólo una punta de iceberg de un mundo en el que existe una profunda crisis de amor y un vacío muy grave de justicia. Podremos curar males tan profundos desde una mirada profunda hacia el hijo, para descubrir en él a alguien digno de respeto, a alguien necesitado de cari_o, a alguien que vale por sí mismo, a alguien que embellece al mundo. Con su salud o sus defectos, con su fragilidad y su futuro incierto, con sus ojos vivos o su dolor: ese peque_o dentro de un útero es una belleza, amado por Dios y mendigo de amor entre sus padres. Porque es, simplemente, eso: un hijo...

El dolor del feto durante un aborto
No todos los bebés corren la misma suerte que John Raphael. Muchos se despiden de la vida en un lamento que nadie jamás escuchó. Así lo mostró al mundo, hace más de 30 años, el doctor Bernard N. Nathanson cuando dio a conocer ese estremecedor grito silencioso de un feto de tan solo 12 semanas justo antes de ser abortado por succión. Gracias a la imagen de una ecografía, el espectador podía ver por primera vez, y con sus propios ojos, cómo el ritmo cardiaco del niño se aceleraba dramáticamente hasta alcanzar aproximadamente los 200 latidos por minuto, cómo su boca se abría en un claro aullido descarnado, cómo los movimientos de su pequeño cuerpo se volvían más violentos a medida que el succionador se acercaba a él, y cómo el bebé, en un intento tan desesperado como inútil, se alejaba de los instrumentos que el abortista estaba usando para acabar con su vida. A pesar de que estas imágenes reales y desgarradoras han dado la vuelta al mundo, todavía hoy hay quien discute e incluso niega que el feto pueda sentir dolor en el útero materno, y concretamente durante un aborto.
En las I Jornadas Científicas de Derecho a Vivir, celebradas el pasado mes de marzo, el director de la Unidad del dolor pediátrico del Hospital Infantil La Paz, Francisco Reinoso, recalcó que un feto y un recién nacido no solo pueden sufrir dolor, sino que el dolor que experimentan es siempre mucho más intenso que el que puede percibir cualquier adulto ante la misma agresión. ¿Y a qué se debe esta diferencia en la percepción del dolor? Para entenderlo, el doctor explica detenidamente a Misión en qué consiste este proceso: “El dolor es una respuesta neurofisiológica de alerta del organismo ante una agresión externa, que está orientada a la huida de esa agresión y a favorecer que el organismo pueda reparar las lesiones provocadas por la misma”. Es decir, ante una quemadura, por ejemplo, la médula espinal provoca un reflejo automático que retira la mano del foco de la agresión y además deja esa zona hipersensible (“dolorida”) al calor o al contacto para evitar que la utilicemos de nuevo hasta que quede totalmente sana.
En el caso del ser humano, “a estos componentes puramente sensoriales se suman otros subjetivos, que añaden más o menos componente afectivo o ‘sufrimiento’ al dolor”, explica el doctor. Así, ante una misma agresión, una persona sentirá menos dolor si se produce por salvar la vida de un ser querido que si es en el contexto de una agresión directa hacia su persona. “Esta capacidad de aumentar o disminuir la intensidad de la repuesta al dolor se debe a que este consta de dos componentes que modulan su intensidad: uno ‘excitatorio’, que desde los nervios periféricos recorre el sistema nervioso central hasta llegar a la corteza cerebral, y otro ‘inhibitorio’, que desde la misma corteza y el tronco del encéfalo llegan hasta la médula espinal acomodando la intensidad de la respuesta dolorosa a las necesidades del organismo”, aclara Francisco Reinoso. Pues bien, en el caso de los fetos y recién nacidos el dolor es más intenso porque, desde la semana veinte de gestación, ya están funcionando los componentes excitatorios del dolor, y sin embargo, el componente inhibitorio que permite modular la respuesta dolorosa solo se desarrolla varias semanas, e incluso meses, después de haber nacido. Esta es la razón por la que, al practicar alguna cirugía neonatal o fetal, los anestesistas como el doctor Reinoso tienen que administrar a estos pequeños pacientes dosis más altas de analgésicos potentes (derivados de la morfina) que las que se administran normalmente a los adultos.
Esto hace que el aborto sea, si cabe, más execrable todavía, ya que no se trata solo de eliminar una vida humana, sino que este asesinato se produce con un dolor totalmente desproporcionado para esta pequeña criatura que aún está en el vientre materno. A pesar de todo esto, “solo uno de cada diez abortos se lleva a cabo con anestesia general (que pasa a través de la placenta desde la madre al feto), lo que significa que nueve de cada diez abortos realizados después de la semana veinte sufren un dolor intenso, cruel, inhumano e injusto”, concluye sin titubear el doctor Reinoso. Es, sin duda, el método de tortura más extendido y cruento de nuestra avanzada sociedad.
Por el contrario, y a diferencia de lo que se suele pensar, el doctor aclara que “las malformaciones y las enfermeda­des fetales no se asocian habitualmen­te a dolor”. Por tanto, no es cierto que abortando a un bebé que tiene una grave discapacidad, malformación o enfermedad le estemos evitando un sufrimiento de por vida, sino que el sufrimiento real se lo estamos infringiendo nosotros mismos al procurarle una muerte dolorosísima y cruel.
Efectivamente, el aborto duele terriblemente. No solo en el cuerpo sino sobre todo en el alma de un niño que, como cualquiera, debiera ser amado y acogido por sus padres. Las familias que deciden sostener la mano de sus hijos y acompañarles hasta el final del camino tienen una gran lección que dar a esta sociedad que huye de las dificultades poniéndose una venda ante sus ojos. Es una lección de amor que padres como Giovanni y Emanuela resumen de forma incontestable: “Si no podemos darle días a la vida de Samuel, debemos dar Vida a sus días”. Una vida corta, sí, pero colmada por un amor que no sabe de condiciones.





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